sábado, 26 de junio de 2021

EL UNIVERSO: LA ESQUINA DEL ALMA.

 EN BLANCO.

26 de junio del 2021.

Por: Pym.


“Y los rincones del tiempo se vuelven de agua

para eternizar al presente,

para romperle lo usual de los días,

porque nuestro amor surge

lo mismo en el dolor

que en la bienaventuranza,

para siempre.”

 

Alejandro Volta.

 

    Cuando aprendes a leer, al mismo tiempo comienzas a sentir.

Ver los nombres de los autores en la portada de los libros te lleva a imaginar un poco las personalidades que encierran esas letras, pero, ¿cómo es la vida de un poeta? Tenemos muchos ejemplos, la mayoría son leídos a través de biografías póstumas o como Carson McCullers en Iluminación y fulgor nocturno, en vida pudo escribir aquello que quería que todos supiéramos. Aunque también mencionan que la propia obra es la biografía del autor. Me hubiera gustado tener como amigas y amigos aquellos que ya no están y no estuve en su tiempo para conocerlos. Pero hoy despierto y tengo como amigas y amigos escritores y poetas que creen en la palabra, en el lenguaje, en los sentimientos y me siento afortunada.

Ha llegado a mis manos un libro que describe el alma a través del universo, aquello que guarda el universo entre el tiempo y lo cotidiano, el amor que está en otro tiempo y que es infinito como solo el amor puede y sabe. Este libro es una declaración de amor, el que nace del alma, desde el yo y después se exterioriza a través de los átomos y de las partículas y encuentra su estancia, allá afuera, en otro sitio, pero que también es nuestro sitio con aquella persona,  como una carta, el poeta escribe para convertirse En la esquina del alma.

No se puede describir el poema, pero podemos sentirlo, tal vez esa sea una forma silenciosa de expresar aquello que no se puede con más palabras porque las primeras palabras en el poema ya están dichas, no hay que decir más, solo sentirlas. Tal vez así es el amor, en el quehacer de silencios nacen las miradas, aquello que se vuelve eterno y que no se quiere dejar escapar, lo tangible desde la piel, hasta lo que se evoca en la memoria o se guarda en el alma.

Algunos dedican canciones, otros dedican poemas y libros. Entre lectores nos enternecemos, hay poesía que recuerda lo efímero que es nuestro paso por la tierra y otros que lo hacen más duradero, la poesía de Alejandro Volta es lo segundo.

Entre las texturas de ciencia y poesía, nuevamente llega a nosotros un libro que une las dos partes que parecen ser opuestas pero una vez unidas podemos ver cómo se complementan.

En la esquina del alma llega a la columna en esta ocasión para darnos un abrazo de eternidad, y que solo podría compartirlo con ustedes, mis queridos lectores.

 

PARTÍCULAS DEL PENSAMIENTO

 

El tiempo pasa diferente,

lo entiendo de otras formas,

 ya no es necesario

acomodar calendarios,

ni teorizar demasiado

sobre su cotidianidad.

 

Reinvento el polvo de mis entrañas

y de la memoria

para alcanzar un nuevo punto de partida.

 

Vivo en periodos

que desconozco,

que perdí

en la tormenta previa

al claro sol.

 

Abrazo la tarde

como lo hago contigo,

y el vértigo de lo triste

parece disolverse en la mirada,

en el camino que se torna venidero.

 

La caída de la noche

ya no repica en la ciudad,

tiene partículas eléctricas

que iluminan el sendero

que guía y reconfigura

la recalcitrante soledad

de mi pecho.

 

Tiendo al pensamiento

en la calidez de tu recuerdo

para dormir en la luna de tus labios,

dejo que se descoloque

nuevamente el centro

del tiempo,

con la promesa

de siempre

volver a comenzar.

 

EN LAS CALLES DE LA MEMORIA

I

Figura triste,

extraviada en las calles de la memoria

que llegan al mismo punto de inicio,

al adiós atolondrado en la faringe,

a la iteración acumulada en las manos,

al vértigo que nace en la caída expuesta en la nada,

al lamentadero  por quedar sola.

 

II

¿En qué rumbo trompicó

justo cuando parecía perdida

en el sacramento de esos ojos?

Si a bien hubo llegado en el momento preciso,

cuando ni su sombra, ni tú lo pedían,

y a puro sentimiento

el infinito de sus labios vertió la palabra universo

en la médula del soy.

 

Rebosante entre la premura

de quien no sabe a dónde va o de dónde viene,

de quien no sabe que el sentir

se le extravió por los años

en la herida expuesta al abandono,

de quien no sabe si regresó al barro

o a ser puro llanto envuelto en polvareda,

de quien no sabe que la salvaguarda

de lo oscuro, se encuentra

en la tranquilidad que su llegar ocasiona.

 

 

AL BORDE DE LA MEMORIA

 

En la lucidez de las palabras,

te encuentro para abatir

los días hoscos,

para que en el borde de la memoria

regreses a mí,

a este instante,

a estas letras,

a este amor atemporal,

pues temo que mis pasos

se oscurezcan con los años.

 

Por ello, quiero  este poema

para que lo leas cuando no esté a tu lado,

para decirte que mi amor

es más que palabras,

es huella de tiempo en la sangre,

bálsamo al sol negro en las entrañas,

marea que revuelca la tempestad.

 

Deja que hilvane en el camino

La incandescencia que provocas al mirarme,

que recuerde la estática que emana de tu cuerpo,

que la estratosfera absorba el sonido ce tu voz 

y se aloje impoluta en mi sien.

 

Permite que mis neuronas se vuelvan tinta,

que mi piel se transforme en madera,

que las palabras sean el viento de tu murmullo

y pueda vivir perpetuo en tu sonrisa.

viernes, 4 de junio de 2021

LA MOSCA (Juan Soñador Rivera - HUASCO/CHILE).

La mosca andaba rondando,
ronda, redonda, ruin, redondeando,
ruina, ruidosa, mosqueando.
Cabizbaja se posaba en la cabeza,
cabeceando, cabizbajeando, jadeando,
incubando, pololeando, cagarruteando,
mosquita viva.
La mosca va al inodoro, incoloro,
cloro, cloroformo, deforme, inconforme,
fome, mosquita rebelde.
La mosca en el comedor se pasea,
parlotea, palabrea, come breva.
La mosca viaja, choca con una puerta.
Portazo. Mosquita muerta.


jueves, 3 de junio de 2021

LA PROMESA (Manuel Horna - PERÚ).

    Aún recuerdo la promesa que te hice. Aquella que pactamos bajo la incesante lluvia de verano y en compañía de la playa fría, solitaria, que solías visitar en tus momentos de tristeza. Pero en esa ocasión no te sentías así. Estabas feliz, eufórica, apasionada. La vida te sonreía. 

Le compraste a esa anciana, de contagiosa sonrisa, un par de flores y las guardaste al costado de tu mochila con tal delicadeza que daba la impresión de que tu vida dependiera de ello. Me miraste como la primera vez y me dijiste: 

—¿Te gustan?

—Mucho… —respondí. 

Tu rostro se confundió. Me asusté y en mi mente paranoica estaba ya creando mil hipótesis absurdas sobre si te habías dado cuenta de lo mucho que te amo. Así que, bruscamente, me apresuré a corregir: 

—Las flores, me refiero a las flores.

Ahora estabas decepcionada y no entendía el porqué. ¿Acaso eso esperabas? ¿Qué te dijera lo encantadora que me resultas? No logré entenderte. 

Seguimos caminando por la acera maltratada y descuidada. A mí me molestaba que estuviese así, pues siempre tropezaba con los huecos deformes. Sin embargo, tú te divertías esquivándolos y te reías de mí por ser tan torpe. No te culpo. 

Llegamos, casi sin proponérnoslo, hasta un árbol torcido, de ramas lábiles y hojas perdidas. Lucía triste y estaba solo. Ninguno de los que pasaba cerca quería hacerle compañía. Lo guardé en mi mente durante unos instantes y me vi antes de conocerte. Te adelantaste un par de pasos mientras yo me quedé atrás. Rápidamente volteaste para preguntarme: 

—¿Sucede algo?

—No… nada —respondí. Es solo que quiero tomarle una foto a ese árbol. 

—Ah, claro. Yo también lo haré.

El sol estaba por rendirse, el asfalto se convertía en arena y la razón y los sentimientos por los cuales respondí a tu encuentro tuvieron que salir a flote. Aunque, durante todo el camino, los hubiésemos ignorado.

—No quiero que te vayas —dije. Sé que fue egoísta, pero era lo que en verdad sentía, no era justo, simplemente no lo era. 

—Me iré, no puedes evitarlo. Pero puedes acompañarme, hay un montón de universidades que te aceptarían. Eres inteligente, no sé… —respondió. Sus palabras, como antes, ya no me reparaban, ahora me parten, agrietan mis huesos, perforan mis órganos, anulan mis sentidos y quiebran mi respiración. ¿Por qué no pudiste dejarme tranquilo? Yo solo quería sentir amor. 

Antes de que mis lágrimas se mezclaran con la arena, antes de que una estupidez saliera de mi boca y se inmortalizara en tu mente, te adelantaste a la catástrofe. 

—¿Quieres hacer una promesa? —dijo, con voz tranquila y restauradora. 

—Claro, lo que tú quieras. —respondí, servicial. 

—Prometo que serás mi amigo siempre, siempre que tenga problemas acudiré a ti, siempre que me pase algo o quiera hacer algo, acudiré a ti. Prometo que serás mi siempre. —No pude adorarla más, sentía que el corazón iba a explotar en mil pedazos y que ella, encantadora, iba a recogerlos todos y tratarlos con cariño, amor, o como quieras decirle. 

—Yo prometo dedicarte mi primer libro —respondí. Sonrió como nunca, formó unos hoyuelos perfectos en sus mejillas y sentí la necesidad de besarla, pero no me atreví. 

Regresamos a la ciudad en un micro, ella sentada delante y yo atrás. Vio mi cara perdida en la arena y decidió prestarme sus audífonos, sabiendo que sin ellos no soy. Me enseñó música que nunca había escuchado y supe, en ese mismo instante, que la promesa no fue en vano, que en verdad estaba enamorado, que en verdad escribiría sobre esto.

miércoles, 2 de junio de 2021

DONDE EL ÁRBOL GENEALÓGICO SE DETIENE (Gaba Romualdo - GUERRERO/MÉXICO).

 I

No es más molesta una piedra en el zapato, que una astilla alojada bajo el cuero de la mano. No es lo mismo una piedra, que la ínfima parte de un trozo de madera.


II

Las piedras dentro del zapato son moscas 

insistentes acechando un cadáver o un plato de comida fuera de la vista. 

Un movimiento y se van.

Son como el aire del ventilador alterando el orden, perturbando las hojas de una novela, 

pero nunca igual a un nudillo de la mano grávido de una esquirla de palmera. 

Y que las contracciones de la dermis por hacerle salir. Y que ese dolor punzante de empujarlo tratando de acomodarte la “cosa” con los dedos hasta que solita empieza

a emerger. Y luego mirarla con asombro. Y al final el alivio. Y un ardor en la hondonada que te quedó.


III

Cómo parir, lo aprendí del desafortunado parto de mi madre,

que no tuvo idea de lo que sucedería ese día. A ella la médico solo la citó un miércoles veintisiete, y la pobre llegó asumiendo que sería como una extracción de muela o que la cigüeña llegaría conmigo colgando de su pico. Hasta que se vio sobre una camilla, con las piernas abiertas y a mi padre llorando porque creía que nos íbamos a morir. 


Los niños de antes no escuchaban las conversaciones de los adultos.

Los adultos de antes, dejaban que los futuros mayores aprendieran solos. 

Los simultáneos a mis padres, a nosotros tampoco nos enseñaron.

Solo que mis simultáneos y yo, tuvimos los comerciales de después de 

las diez pe eme, la internet, las clases sobre sexualidad y anticonceptivos. 

Tuvimos más la calle, donde aprendimos clasificación ce y de en la televisión,

ruda, alcaravea,  Misoprostol.


Hacerla de comadrona, ayudando a mi cuero a parir una astilla,

también lo aprendí del parto de mi hermana. Sé de memoria su parto. 

Igual que el de mi madre. Su criatura venía oblicua. Una enfermera

subió a un banco y de una y un tronido le acomodó al hijo de su erotismo 

y entrañas. Para que fácilmente pudiera inundarse de luz la sala.


Parir también me lo enseñó mi regla, desde los trece. Una mañana 

en la que grité hacia mis adentros. En silencio. Porque tenía  un lamparón

escarlata y renegrido en mis bragas, y un banco de pirañas mordiéndome 

por dentro . Para luego confesarle a mi madre. En silencio. En un papelito. 

Me vino la regla. Ella me enseñó así. A guardar algunos silencios.

Porque ella aprendió así. Por eso no la culpo.


IV

Así, sin querer queriendo, aprendí a parir. 

Aprender se lo debía a mi madre. 

Aunque siempre le seguiré debiendo.

Hubiera querido saber cómo nacer. Para deberle menos.

Lo digo por sus  llagas. Mi madre. Cristo con útero bañado en sangre sobre una camilla, solo para escucharme llorar por no sé cuántos años.


Mamá tengo hambre, tengo frío, me duele, me han lastimado.


Ella por amor , por perpetuar la sangre.

No es lo mismo una piedra en el zapato que una astilla en la mano.

Y desembarazarse de una astilla encajada en la mano,

de un mequetrefe o con mención honorífica de la escuela, 

no es lo mismo que parir un grupo perfecto de células 

que después te llamaran mamá.


No es lo mismo deberle a mi madre, a que alguien me deba por haberle engendrado.

Aunque esta deuda es equivalente.


Aprendí a bien desembarazarme, de astillas, broncas, vicios y malos amores,

para que pueda despreocuparse por mí. Pero sin sembrar más deudas,

para que se convenza de que si decidí estar sola es porque así estoy bien acompañada.

Aunque haya un niño de diferencia, entre que alguien o nadie pueda llamarme madre.


martes, 1 de junio de 2021

PARTÍCULAS ELEMENTALES (Robinson Jesús Quintero Ruiz - BARRANQUILLA/COLOMBIA).

Solo queda otra soledad para compartir

y un delgado olvido

que se filtra en los huesos como luz y lluvia,

un olvido que me hace distinto,

que me recobra

en el corazón callado

de una tarde en tránsito.

Algún día podré morirme,

tener los ojos repletos de palabras y paisajes,

dejar planchada la tristeza,

ser uno solo con la quietud del día,

pero no soy puntual con mis defunciones

y esa orfandad la siento en mis frases,

en el murmullo de un recuerdo prestado,

ajeno a quien fui,

inconcluso en mis anhelos.

Hoy no soy la casa de nadie,

solo el verano que persiste

en un cielo adormitado,

vano,

esquivo.

¡Lee nuestros números!

Número 1 Iguales Revista, septiembre 2020: https://drive.google.com/file/d/1E_vTmT5nZ46U1izxbYuhmcmbQPepZeLv/view Número 2: Halloween Navide...