jueves, 3 de junio de 2021

LA PROMESA (Manuel Horna - PERÚ).

    Aún recuerdo la promesa que te hice. Aquella que pactamos bajo la incesante lluvia de verano y en compañía de la playa fría, solitaria, que solías visitar en tus momentos de tristeza. Pero en esa ocasión no te sentías así. Estabas feliz, eufórica, apasionada. La vida te sonreía. 

Le compraste a esa anciana, de contagiosa sonrisa, un par de flores y las guardaste al costado de tu mochila con tal delicadeza que daba la impresión de que tu vida dependiera de ello. Me miraste como la primera vez y me dijiste: 

—¿Te gustan?

—Mucho… —respondí. 

Tu rostro se confundió. Me asusté y en mi mente paranoica estaba ya creando mil hipótesis absurdas sobre si te habías dado cuenta de lo mucho que te amo. Así que, bruscamente, me apresuré a corregir: 

—Las flores, me refiero a las flores.

Ahora estabas decepcionada y no entendía el porqué. ¿Acaso eso esperabas? ¿Qué te dijera lo encantadora que me resultas? No logré entenderte. 

Seguimos caminando por la acera maltratada y descuidada. A mí me molestaba que estuviese así, pues siempre tropezaba con los huecos deformes. Sin embargo, tú te divertías esquivándolos y te reías de mí por ser tan torpe. No te culpo. 

Llegamos, casi sin proponérnoslo, hasta un árbol torcido, de ramas lábiles y hojas perdidas. Lucía triste y estaba solo. Ninguno de los que pasaba cerca quería hacerle compañía. Lo guardé en mi mente durante unos instantes y me vi antes de conocerte. Te adelantaste un par de pasos mientras yo me quedé atrás. Rápidamente volteaste para preguntarme: 

—¿Sucede algo?

—No… nada —respondí. Es solo que quiero tomarle una foto a ese árbol. 

—Ah, claro. Yo también lo haré.

El sol estaba por rendirse, el asfalto se convertía en arena y la razón y los sentimientos por los cuales respondí a tu encuentro tuvieron que salir a flote. Aunque, durante todo el camino, los hubiésemos ignorado.

—No quiero que te vayas —dije. Sé que fue egoísta, pero era lo que en verdad sentía, no era justo, simplemente no lo era. 

—Me iré, no puedes evitarlo. Pero puedes acompañarme, hay un montón de universidades que te aceptarían. Eres inteligente, no sé… —respondió. Sus palabras, como antes, ya no me reparaban, ahora me parten, agrietan mis huesos, perforan mis órganos, anulan mis sentidos y quiebran mi respiración. ¿Por qué no pudiste dejarme tranquilo? Yo solo quería sentir amor. 

Antes de que mis lágrimas se mezclaran con la arena, antes de que una estupidez saliera de mi boca y se inmortalizara en tu mente, te adelantaste a la catástrofe. 

—¿Quieres hacer una promesa? —dijo, con voz tranquila y restauradora. 

—Claro, lo que tú quieras. —respondí, servicial. 

—Prometo que serás mi amigo siempre, siempre que tenga problemas acudiré a ti, siempre que me pase algo o quiera hacer algo, acudiré a ti. Prometo que serás mi siempre. —No pude adorarla más, sentía que el corazón iba a explotar en mil pedazos y que ella, encantadora, iba a recogerlos todos y tratarlos con cariño, amor, o como quieras decirle. 

—Yo prometo dedicarte mi primer libro —respondí. Sonrió como nunca, formó unos hoyuelos perfectos en sus mejillas y sentí la necesidad de besarla, pero no me atreví. 

Regresamos a la ciudad en un micro, ella sentada delante y yo atrás. Vio mi cara perdida en la arena y decidió prestarme sus audífonos, sabiendo que sin ellos no soy. Me enseñó música que nunca había escuchado y supe, en ese mismo instante, que la promesa no fue en vano, que en verdad estaba enamorado, que en verdad escribiría sobre esto.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

¡Lee nuestros números!

Número 1 Iguales Revista, septiembre 2020: https://drive.google.com/file/d/1E_vTmT5nZ46U1izxbYuhmcmbQPepZeLv/view Número 2: Halloween Navide...