lunes, 21 de septiembre de 2020

ME SOY (Lu Cía - HONDURAS).

 


En sí

me soy una larga lista

de palabras

que vienen y van

que gritan y desaparecen

que gritan de nuevo

y otras desaparecen

del todo

para siempre.

En sí

no me tengo sexo de presentación.

Mi desnudez no me es secreto

en sí, tampoco me es

un espejo impuesto.

Mi cabello depende del tiempo

y de historias cenizas

que trepan la memoria

Mis labios, mi ánimo

Solamente.

Mi cintura no tiene talla

y mis piernas sirven para andar.

En sí

me siento libre

de crear y solo crear

de vivir y de sentir

y de crear y solo crear.

En sí

no nací con ningún

camino diseñado

nací viendo al cielo

iluminando mi nombre.

En sí

no quiero un trabajo mientras descanso

no quiero un sacrificio

a cambio de otro sacrificio

no quiero un pacto naturalizado.

En sí

quiero serme palabras que nacen de mi sangre

nombrarme desde adentro

palabras acariciadas en mi pecho.

En sí

me encuentro

rebelde

monstruosa

disidente.

En sí

me presento cada vez que

las estrellas vuelven.

Deshojarme y florecerme.

Sumergirme el placer completo.

Recordar la historia de mi cuerpo.

Desobedecer.

En sí

no me tengo sexo de presentación.

Me soy un cuerpo entero

conectada salvaje cómplice eterna.

En sí

me nombro sujeta.

 

domingo, 20 de septiembre de 2020

GROUPIES A LA DERIVA (Francisco Valenzuela Saravia - CONCEPCIÓN/CHILE).

El más kitsch de los lastres

desparrama en el suelo todo su orgullo,

sus brazos tiritan / sostienen la miseria,

crueles expectoraciones no le perdonan

el que se dejase embobar

por unos cuantos comprimidos,

formas crasas / descompuestas

mal florecen en su capilar

como incrustaciones regurgitadas del (des)trono (W.C.).

David Bowie indolente se esconde

-en el reverso de la polera-  

asqueado tras los bizcos tacos rotos relegan a piso

toda esta bulimia  / todo este desastre

de ronchas y rasmillones,

famélico espectáculo para un sinfín de burlones

que poco y nada reparan en el trajín del despecho

los abusos cometidos

por el último roquero de obsesión.

20 DE JULIO (Felipe Osorio Vergara - MEDELLÍN/COLOMBIA).

 

    La calle estaba vacía, solo la acompañaban las banderas de Colombia izadas en las casas. El supermercado estaba a la vuelta de la esquina. Escuchó el traqueteo de una moto a lo lejos, sintió miedo. Se acomodó el tapabocas y aceleró el paso. Tres proyectiles silbaron. El tapabocas se tiñó de escarlata, la calle se convirtió en patíbulo. Nadie volvería a reclamar esas tierras. «Lista la vuelta» musitó un joven mientras besaba una estampita de María Auxiliadora y se enfundaba en su jean un revólver corto. El rojo de las banderas izadas combinó con el color de la escena.

sábado, 19 de septiembre de 2020

ANIMAL (José M. Delgadillo - SAN LUIS POTOSÍ/MÉXICO).

 


Animal se lame las heridas, observa cuánto falta por llegar, casi no hay oxígeno ya, la brisa es caliente, pero todos sonríen, se acostumbraron a la muerte.

Es cotidiana, la aceptaron de forma que fingen no tenerle miedo, aunque las comisuras de sus labios expresen lo contrario.

Bailan sin sentido. Responden alegres a cualquier estimulo, aunque sea doloroso.

El sol está tan cerca que ha quemado los órganos llenos de sangre mientras la mayoría fingen que no los necesitan.

Algunas piedras escupen agua. Últimas convulsiones.

Mañana se olvidó por qué no lo hay y los vientos se esfuerzan por empujar los cuerpos sin vida hacia el barranco.

Los cuerpos danzan ante el fuego.

Y el animal bajo la última sombra lame sus heridas.

viernes, 18 de septiembre de 2020

SIRENITA NO CAE EN LA RED DEL PESCADOR (Silvia Favaretto - VENECIA/ITALIA).

 


SIRENITA NO CAE EN LA RED DEL PESCADOR

 

Sueñas si crees que renunciaré a mi voz

sueñas si crees que me quedaré callada.

Sueñas si crees que rehusaré a mi mundo

a mi familia

a mi identidad.

Le llamas amor

pero sólo sería tu presa.

 

Tomada de “Este cuento no se ha acabado”, Morgana Ediciones, México, 2019.

EL FARO (Santiago Duro - CDMX/MÉXICO).

    Deslumbra el antiguo faro cubriendo de una sustancia acogedora aquella noche tan fría. Ves hacia arriba y notás su resplandor y apenas más; recordás la tibieza del estudio de Alicia, el piano y el enorme librero: cuántos libros, cuántas palabras. Te preguntás qué habrá sido de su hermano (porque ella, claro, está bien, trabajando como siempre y haciendo su vida), el pequeño muchachito que nunca se eximía a sí mismo del sufrimiento; de esas personas constantemente privadas de paz, qué martirio, pobre. Algo distinto tenía, lo sé. Yo creía y creo en él, en su forma de ver el mundo, así como yo veo este faro tan solitario, tan faro, bruma taciturna, víctima de los vientos árticos, encunado en la ciudad austral de mi infancia, de mi infinita nostalgia. No sé si veo la foto o lo veo en verdad ahí, quieto, mirándome mirarlo, doble reflejo del reflejo, de la proyección consensuada. No te busco más, Alicia. Te recuerdo, sí, pero ahora vivo mi vida. Ya no estás en la brisa del acantilado ni en la música impresionista. Hoy sos otra para mí, sos quien no soy yo. Ya no te extraño, así que, por favor, lárgate de mi mente.

            Ahora es otra vez el piano y mis dedos sobre él: Debussy cantando póstumamente a través de mis tristezas. Me quiero, pero no me busco. Floto como flota el polvo. El placard de la casa de mi tía Nora fue testigo de ello aquel verano en que mamá enfermó y no podía cuidarme. Idas y vueltas del hospital, el rugido del antiguo motor del Falcon del abuelo, Nora que me extendía su mano desde la parte de adelante para hacer de mamá al menos durante algunas semanas. Esos gestos se aprecian. Pero no logré hacerlo sino hasta ahora, hace poco, en un futuro de mayor claridad. En esa época, en el estío marcado por la enfermedad de mamá, yo tenía la vista muy borrosa. Digo lo del placard, pero, además de verme flotar, me vio gritar, me vio ser el niño dolido por la ausencia maternal, por la incertidumbre de quien oscila entre la vida y la muerte. Tal vez necesitaba un papá. Solo tal vez. Pero fui enseñado a odiarlo: nadie ocuparía ese lugar, ni el abuelo. Porque papá tenía; simplemente no nos quería. Así que no, mamá no quería conseguir a alguien de repuesto, al reemplazo o al señuelo: quería que yo entendiera que así es esto, que a veces la vida te manda al carajo como lo hizo papá, que las personas pueden ser malas y que tenía que acostumbrarme. Así, el abuelo, era el abuelo. Nora era Nora. Mamá, mamá, pero enferma. Y papá era el hueco, la inexorable ausencia en mi aún corta vida.

            Floto y flotaba. No me decidía: no me aferraba. El placard guardaba mis escasas ropas y me miraba cambiarme sin regularidad. Lloré frente a él. Lloré en él. Él me lloró a mí, tras el primer abandono de Alicia. Yo lo maltraté, sí. Lo golpeé un par de veces. Pero sé que me entendía: mamá, Alicia, la adolescencia. Papá, sí. Me fui de esa casa una semana antes de entrar a clase. Mamá ya estaba en casa conmigo; sin embargo, nunca volvió a ser la misma. De salir a trabajar de 7 a 6, volver, pintar un rato, cocinar y encima tener energía para hacerme reír durante la cena, pasó a, primero, no trabajar por tres o cuatro meses; después, trabajaba solo medio tiempo, y bue, a media paga, pero era lo que podía hacer; siempre con la cabeza gacha, los ojos brujos y las palabras horadadas, curiosas de sí, incompletas, inconclusas e insatisfechas. Ya no es la misma, mamá, no. Diría que la extraño, pero me parece un poco feo, grosero, decir que extraño quien era cuando ella da todo de sí.

            Alicia ha significado vueltas tortuosas. Sus manos de pan nunca dejarán de asombrarme, tan delicadas y suaves y en los días de frío un tanto ásperas por fuera, pero siempre tan tiernas. No la extraño. Fue lo que fue; sufrí y ella sufrió, también, lo necesario. Tal vez un poco más. Duele. Te recuerdo, Alicia.

            Alguien hablaba de los tigres de la memoria. A mí ya me han matado. Casi, en realidad; porque yo vuelvo a incorporarme, buscando a tientas los restos de mi pobre cuerpo, y ellos vuelven a atacar, sin dar paz, sin dar tregua. Pero he de confesar algo: más que los tigres de la memoria, son los del presente quienes me aterrorizan el sueño. Ya no sé qué hacer. Lo hablo con mis amigos, con mis familiares; me entienden, mas no parecieran haber perdido el control de la cerradura de su jaula como yo lo hice hace muchos años. Nora me miraba inconsolable, yo rojo, el placard rojo, yo lágrimas y ella angustia, el viento frío y los gritos vecinos, la ambulancia perdida en la ruta oscura y lluviosa, yo en el suelo que no entendía qué pasaba, que qué hiciste, nene, por qué, que de qué me estás hablando Nora, no me hables más por favor; el perro asustado bajo la mesa, las garras penetrando mi mente: yo, aturdido, ante las fauces del instantáneo olvido.

            Dispararás a todos tus enemigos: pico delirante, peligro inminente de tus músicas y tus libros, canción en pena, canción en vos, bosquejo de la inundación futura, ojos amargos, vastos jeroglíficos de la muerte, mi muerte, su muerte, la nuestra, inexorable, separados por el rayo de desesperación infinita; te extraño, Alicia. Te escucho en mis listas de quehaceres, en los pendientes de la semana, en las idas al centro de la ciudad, en tus corridas y tus saltos, brinco inocente de quien no conoce aún el porvenir de quien ama, rumia nocturna, mirada nocturno, recuerdo inefable que todavía duele, mi vida, que te extraño tanto que ya no sé qué hacer; perdóname, por favor, yo sé que lo hice mal, yo sé que no debí hacerlo y también sé que todo fue mi culpa. Sí, también su muerte. Me persigue, mi amor, me acecha en esas vigilias que parecen infinitas, horas que se asemejan a la muerte misma, al túnel final, parca en traje rosa, tía no vengas porque no me siento bien, parca disfrazada de ti, mi amor, como un espejo, como yo sosteniendo un espejo y vos reflejando tu cara mientras sostenés otro espejo que a su vez refleja la cara de alguien más, algo más, una muerte más. Vos sos la culpable. Me despido Alicia. Ya no serás ni tigre ni perro, y yo no seré, nunca más, carne de cañón.

            Escucho algo. Siento las vibraciones que la música produce en la madera. No veo nada, sino al gorrión. Ese pájaro tan pequeño, tan común en su livianez y cotidianidad, observador, juez, te veo y también te escucho. No siento mis piernas. No siento el dolor que sentía antes de todo esto. Veo el agua rojiza; la huelo. Recuerdo el filo y las lágrimas. Pienso en Alicia y en Nora, pienso en mamá. Finalmente, pienso en mí. Ya no te siento en dolor, me digo. No te lloro y no me angustio. Quién sos, me pregunto. Quién fuiste. El gorrión me mira de forma banal, aunque consciente de la anormalidad de la situación. Me paro en la tina, pongo un pie fuera. Hoy no quiso ser, compañero. Hoy no, y tal vez nunca, porque tu dolor ya no es más que pasado. Volvé a las palabras, que te van. Volvé a vos y nunca más al ardor de la herida abierta, porque ahora es cicatriz, memoriosa, pero cerrada.

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Número 1 Iguales Revista, septiembre 2020: https://drive.google.com/file/d/1E_vTmT5nZ46U1izxbYuhmcmbQPepZeLv/view Número 2: Halloween Navide...